Los Bufones de Arenillas en Puertas de Vidiago (Asturias)
29 julio 2009Siguiendo con nuestra visita a monumentos naturales de la costa oriental de Asturias, en la localidad de Puertas en el concejo de Llanes nos encontramos con el monumento natural de los Bufones de Arenillas.



La naturaleza caliza del subsuelo y la acción erosiva del agua a través de los periodos geológicos han determinado en la franja costera llanisca la formación de un peculiar paisaje, con presencia de afloramientos rocosos, amplias dolinas, abruptos acantilados, islotes costeros y pequeñas playas, ya la existencia de singularidades geológicas asociadas a conductos karsticos como son las playas interiores, como la de Gulpiyuri, o bufones, como los de Arenillas.
Los bufones de Arenillas han sido declarados como Monumento Natural por el gobierno del Principado de Asturias. El Monumento comprende una franja costera de unos 1200m de longitud, desde la desembocadura del río Purón, por el Oeste, hasta el pozo de la Salmoria, por el Este, en la que se sitúan una docena de bufones de muy distinto tamaño.El fenómeno periódico de las mareas, es el responsable de la expulsión de chorros de aire a presión y agua pulverizada que producen los característicos bufidos que dan el nombre a estos elementos.
Los bufones son grietas y chimeneas abiertas en la costa y conectadas con simas marinas por las que
el agua del mar penetra a presión, formando surtidores de agua pulverizada visibles desde el exterior y que pueden alcanzar más de veinte metros de altura.
Si el mar está en calma, los respiraderos de las cavidades subterráneas se limitan a expulsar el aire comprimido en las galerías por los golpes del oleaje, sin embargo, en los días de fuerte marejada, los bufones se transforman en un espectáculo que produce admiración. Entonces el agua y el aire, apretados en aquellas angosturas subterráneas, escapan juntos por los resquicios de la adelgazada bóveda. La tierra se abre escupiendo al cielo trozos de mar con ensordecedor ruido y un ligero orbayu de sal riega los campos. Los quejidos del bramadoriu, como se denomina localmente, se dejan oír a muchos kilómetros y el suelo, desgastado ya por milenios de oleaje, amenaza con romperse definitivamente.